viernes, 6 de marzo de 2015

Confesiones de unas malas madres


Hoy tenemos ganas de contarles lo que a veces pensamos y sentimos, y que nos hace sentir  malas madres. Tenemos ganas de contárselo a nuestros hij@s, Camila y Damián, para que puedan entender por qué ellos sienten, en algunas malas ocasiones, a mamá un poco menos feliz o más lejana, más enojona e incluso gritona.

Hablaremos de manera personal, desde nuestro ser madre por supuesto, pero la/os invitamos a reflexionar sobre sus propios ser malas madres/padres, suponiendo que toda/os lo hemos sentido en algún minuto u ocasión. Y la/os invitamos a confesárselo a uds. misma/os y sus cachorros, quienes se merecen a unas madres y padres  sanos y libres de culpas.




…….
 
Desde el primer minuto de su vida extrauterina, mi niño me ha guiado para que yo aprendiera sobre maternidad, con su manera de ser me ha llevado por el camino del aprendizaje y de la búsqueda de tribu. Sin él, tal vez nunca se me habría ocurrido conocer más gente que criara como yo ni querer ser parte de esta comunidad, tal vez no habría descubierto que la maternidad acompañada es más llevadera.

 
Sí, llevadera, porque no es todo fácil y pura dulzura, como a veces uno quiere creer o como te quieren hacer creer.


Cuando decidí dejar de lado la crianza tradicional, y hacerme amiga del respeto incondicional a las necesidades de mi hijo, lo hice porque vi que aquella manera seria la mejor para él, y que efectivamente, daba sus frutos inmediatos, manteniendo su carácter dulce, simpático, desarrollándose con seguridad y afecto, siendo un niño despierto e inteligente. Al mismo tiempo me di cuenta que sería muy cansador para mí, y lo sigue siendo, pero lo asumí y lo asumo y esta es la manera de criar que me acomoda y nos gusta a la familia que somos.

La maternidad me ha sido y me está siendo una experiencia maravillosa y también al límite en todo, en lo positivo y en lo no tanto, sobre todo en lo agotador.

Doy fe por mí y por mi compañera de tribu, Dora, que esta es la experiencia más agotadora de nuestras vidas, y no sé si es porque tenemos niños especialmente demandantes o porque hemos decidido involucrarnos al 100 en hacerlos felices, pero sea lo que sea, en mi (nuestra) experiencia, el cansancio es el pan de cada día.

Y aquí viene el objetivo de este escrito, las confesiones, el desahogo, el compartir esos sentimientos negativos que surgen desde el cansancio y la frustración de no haber podido dormir más de 3 horas seguidas desde hace dos años, y no haber tenido ni un minuto para mí, realmente para mí, y no para atender cosas de la casa, como suele ser el escaso tiempo que me quedo sola o cuando me dirijo o regreso del trabajo.

 
Por ti, mi amor, confieso haber deseado muchas veces que fueras diferente, un niño de los que duermen tranquilamente muchas horas seguidas, como se supone que debe ser. ¿No dice algo así lo de “dormir como un bebé”?

Confieso haber deseado que esto fuera un sueño y que cuando despertara estaríamos en nuestra vida sin hijo, descansando y volviendo a tener mi vida para mí.

Confieso que no te soporto cuando te mueres de sueño y te resistes con garras y dientes a dormir.

Confieso que me caes mal cuando te despiertas tropecientas veces cada noche y no te duermes si no es con la teta, conmigo. ¡Qué diferente seria si no chillaras como loco cuando te intenta redormir papá!

Confieso estar cansada de tenerte encima mío todo el tiempo y tenerte que dar teta a cada un minuto, cuando estas en fase “mami”.

Confieso que te he apartado la mano bruscamente, más de alguna vez, cuando en la noche no te reduermes y me entierras tus dedos en los ojos, la nariz, la boca, el ombligo, los pezones, etc.

Confieso que te he apartado de mi lado, con poca suavidad, o te he dejado sobre la cama o el sofá bruscamente cuando estás en plena rabieta y necesito no tenerte encima mi para poder calmarme, lo que ha incrementado tus gritos. Claramente necesitas una mama tranquila en esos momentos.

Confieso que te he dejado solo, más veces de las que quisiera, durante tus rabietas, para poder calmarme antes de seguir a tu lado, aunque sé que me necesitas ahí para sentirte seguro.

Confieso haberte gritado, en más de una ocasión, en un momento de desesperación, aunque de esa manera lo único que ha ocurrido es que grites más y me mires con tu carita de pena y haciendo un puchero no entiendes por qué te grito.

Confieso haber tenido ganas de darte un golpe o un empujón para que te calmes. ¡Qué irónico querer que te calmes de esa manera y haciendo gala de un mal ejemplo que no llevara a nada positivo!

Confieso que me arrepiento al mismo momento en que todo esto ocurre y que cuando nos calmamos te pido perdón, eso lo sabes bien. Me conoces.

Confieso sentir en esos momentos que soy una mala madre y que no practico lo que predico.

Confieso ser víctima de mis propios impulsos y de mi propia crianza y que por momentos me resulta difícil ver la luz y retomar el camino, aunque tengo suficiente luz para no haber pegado nunca.

Confieso que hay veces que siento que criarte con respeto me queda grande y que lo único que quiero es dejar de sentirme cansada en todo momento,

Pero confieso también que te amo, que eres la razón de mi existir, lo mejor de mi vida y a quien más quiero hacer feliz, por eso sigo siendo tu mamá con amor y respeto. Por eso si me caigo, lo reconozco y lo enmiendo y sigo adelante con la cara lavada y mi mejor sonrisa.

Confieso que eres mi todo.

 
……

 
Las confesiones de Mirra no distan de mi realidad, al leerlas me siento sumamente identificada, y con un deseo de escribir, para también hacer catarsis, quiero compartir con ustedes algunas confesiones de esta madre imperfecta:
 

Confieso que muchas veces, cuando estoy sobrepasada, porque has hecho muchas pataletas, y no duermes siesta, y has dormido horrible toda la semana, y siento que no doy más, y haces cosas, propias de tu edad, me enojo y me viene un deseo ciego, tremendo, voraz de querer darte una nalgada, un jalón de orejas, un zarandeo o cualquier tipo de violencia física que te haga obedecerme

 
Confieso que después de tener esos deseos tan oscuros, de que la sombra de la violencia me persiga te miro a los ojos, me doy cuenta que efectivamente solo eres una niña, y me embarga una culpa horrible, mucha pena y vergüenza.

 
Confieso que he llorado muchas madrugadas, anhelando dormir más, queriendo que te calles, que te duermas sola, porque me duelen los pechos, la cabeza, la espalda y estoy cansada, muy cansada. Me he parado y te he cargado de mala gana, de mala forma. Quiero que tu padre me ayude, trata, pero lo único que quieres es estar conmigo y yo te rechazo.

 
Confieso que te he gritado, que no he sabido controlarme, porque en la nebulosa de mi enojo, creo que es la única forma en que vas a entender, mientras tú me miras desconcertada, tus hermosos ojitos me miran diciéndo “¿qué le pasó a mi mamá?” 

 
Confieso que he pensado en mandar al carajo todo en lo que creo, a esta crianza más respetuosa y empática, porque cuando te veo tan desafiante y dispuesta a romper cualquier límite he pensado que esto no funciona contigo, que te estoy malcriando y que debo criarte de una manera más tradicional, que debiera hacerte entender de una u otra forma que te guste o no yo soy el adulto y se hace lo que yo diga.

 
Confieso que me he planteado muchas veces si habrá sido lo mejor quedarme en casa criándote, si debiera estar trabajando, porque a veces creo que me estoy "desperdiciando" al dedicarme solo a ti. Después recapacito y me doy cuenta que es un privilegio y que el hecho que seas como eres y que seas esta niña tan maravillosa  es en parte por mi sacrificio de amor. 

 
Confieso que cuando pasa la tormenta, vuelvo a verte como el ser humano que eres y que se merece respeto, vuelvo a ponerme a tu altura, vuelvo a ponerme en tus zapatos y entiendo, que solo tienes dos años, que no es tu intención hacerme pasar malos ratos, que simplemente tu eres inquieta, curiosa y con muchas ganas de descubrir.

 
Confieso que cuando me envuelve todo este lado oscuro, producto de mis sombras y luchas internas, he logrado ver un poco de luz. He podido hacerme a un lado, he podido abstraerme, he podido pedirte perdón cuando te he fallado. He podido irme y respirar, lavarme la cara, aunque tu llores desconsolada y cobro la cordura y vuelvo a pensar, vuelvo a verte, vuelvo a creer en ti, vuelvo a creer en mí y vuelvo amar tu manera de ser: vuelvo amar que seas tan desafiante y obstinada vuelvo a rogar que nadie mate tu esencia, mucho menos yo.

 
 
 
 

3 comentarios:

  1. Muy buen articulo, muy humano y honesto, creo que resume todo lo que las madres pasamos en algún momento, también he sido presa de la ira, y le pido perdón no se si logra entenderme del todo, el tiempo me queda chico, trato de organizarme pero todo es imprevisible con ella, el sacrificio es grande, es verdad pero la recompensa de sentirme tan orgullosa de ella cada dia lo vale

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  3. Te invito a mi blogger que pronto sacare a la luz mamisyo.blogspot.com

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