Sincronicidad, “Una coincidencia temporal de
dos o más sucesos relacionados entre sí de una manera no causal, cuyo contenido
significativo sea igual o similar». C.G.Jung
Curioso, sincrónico (o no), empiezo
este post con esta definición de sincronicidad porque es lo que acabo de sentir
en este momento, cuando estaba pensando en escribir sobre mi ser hija y mi ser
madre y me encuentro con este post, por ahí navegando en mis páginas sociales…
Cuando yo era bien pequeña, creo que mi principal rol,
aparte de ser niña y estudiante, era ser hija. Y como hija nunca me cuestionaba
nada sobre cómo era mi ser hija, era como era y punto.
Una vez pre adolescente empezaron todos mis cuestionamientos
y comparaciones, veía otras familias que parecían más funcionales que la mía o
más preocupadas y atentas de sus hijos (otras que no también), otros tipos de
ser hija y te interrogas, cuestionas, envidias, deseas y reniegas.
En fin, que mi ser hija no ha sido un camino de rosas y
tampoco de espinas. Pero ha habido muchos hitos y experiencias negativas con
mis padres, y lamentablemente más con mi madre, que han dejado marca en mí.
He crecido como mujer pensando que la niña herida había ido
sanando con el tiempo, que había podido sacar fuerzas de la vida y las
experiencias positivas para hacerme grande y fuerte y así he vivido hasta no
hace mucho, creyendo que la niña herida se había convertido en una mujer
empoderada y fuerte.
Y llegó mi ser madre. Una experiencia al límite en todos los
aspectos; del amor, del cansancio, del estrés, de la angustia, del orgullo y de
la felicidad.
En un afán por querer criar a mi hijo de manera diferente,
siempre desde el respeto y el amor, viéndolo y aceptándolo tal como es, es que comencé
a darme cuenta de que mi niña herida se había convertido en una mujer grande y
fuerte, es verdad, pero que en su ser niña seguía herida, seguía triste y esperando
un cambio, esperando que los adultos de su entorno le demostraran su amor
incondicional.
El problema es que ahora el adulto soy yo y no tengo derecho
a hacer pataletas, no se espera que un adulto las haga, pero mi niña herida y
aún viviente no sabe eso. Aunque creo que me cuido de ser una madre como quiero
ser y que mi niña herida no ha hecho ninguna pataleta a mi hijo, sí las ha
hecho a mi madre.
En un profundo estar conmigo misma, he vuelto a nadar en las
aguas turbulentas de mi infancia y veo tan claramente los episodios que me han
marcado, donde mis padres no actuaron de la manera que yo esperaba (sin saber
en aquella época qué es lo que esperaba, pero que adulto ahora sí puedo
reconocer) y veo maneras de relacionarse conmigo, de quererme, de verme que no
eran lo que yo necesitaba. Pero yo siendo niña no tenía las palabras ni las
emociones adecuadas para explicarme y hacerme ver y oír. Pero mis maneras de
pedir ayuda y reconocimiento parece no fueron siempre suficientes para mis
adultos y el dolor no pasaron sin dejar
huella, no cedió, se quedó, se cristalizó y se durmió. Ahora, con mi ser
madre y mi deseo de no querer ser y de
ser de otra manera, lo ha despertado.
Lo peor, es que me he dado cuenta de que no “me había curado”
de esos malos momentos y que no había perdonado, sólo los había aparcado. He
reconocido, que no le he perdonado a mi madre no haber estado siempre cuando la
necesitaba y en las condiciones que la necesitaba. No le perdono haberme
adultificado o no haberse dado cuenta que yo era una niña y no me podía hacer
cargo de sus propias sombras. No le perdono haberme dejado a mi suerte en
muchos temas. No le perdono no haberse dado cuenta de cuánto la necesitaba. Y
ese no perdón debe ser la causa de nuestra eterna mala relación.
Espero que mi hijo no tenga nunca nada que no perdonarme,
porque es muy triste no ser capaz de perdonar. Tengo claro que es algo que yo
debo trabajar para mí, principalmente, y pare él. Porque él se merece una madre
sana emocionalmente y feliz, sin sombras.
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